Cuando todo está en su lugar adentro, todo está en su lugar afuera. Cuando todo vive coloridamente dentro de las horas que se acompasan con los latidos, todo, afuera, vibra olvidando almanaques mundanos, sosteniéndose perenne bajo los distintos soles, ante los cambiantes vientos, con los fríos y el calorcito que augura lindos días. Cuando todo adentro permanece, lo de afuera entonces, se aferra a la cierta sensación de sentirse cuidado, sabiendo que de a poco, ingresa en ese mundo inmenso y cautivante de la memoria.
Entonces, adentro todo vive. Y afuera, también.
Adentro hay un jardín con sus flores cuidadas, con una infancia de amores, una adolescencia de sueños y una juventud de familia feliz. Afuera, hay una flor amarilla sobre la tela de su saquito blanco, ahí, sostenida del lado del corazón. Es una flor artificial de color amarillo. Pero parece un sol, rodeado del cielo de color celeste de los ojos de quien mira hacia adentro con el mismo amor que mira hacia afuera. Porque lo de ayer con lo de hoy, son el manjar preciso que prepara, sazona y sirve cuidadosa y esmeradamente como ofrenda ante la mesa de la charla en la que los recuerdos y lo cotidiano conviven de la mejor manera.
El 15 de noviembre esta historia cumplió 90 años. Y tiene los acentos, las mayúsculas, las comillas, los verbos, las oraciones con sujeto y predicado en su debido y emotivo orden, con sumas, con muchas multiplicaciones y algunos ejercicios de resta que no hacen otra cosa que elevar a una gran potencia, el resultado de esta vida: Gucha.
Esther Mileo de Sarobe. La querida Gucha. Una protagonista lujanense, con el alma eternamente docente.
La flor que es “Gucha”
Ha habido muchas flores en ese jardín de la casona de la calle Mariano Moreno. Donde está la flor especial, la que de colores y de perfumes, recrea a diario, la postal más linda de la vida. Y en una de esas tardes cuando esa flor ya está adentro de la gran casa familiar, libera azahares como palabras, con un hilo de hojas de las más lindas plantas con el que enhebra los almanaques y recorre hacia atrás y en el hoy, la vida.
“Tenía 14 días cuando me trajeron a esta casa que tiene 90 años como yo. A mi hermana y a mí nos trajeron en carretilla…papá tenía la zapatería y la casa de familia donde están actualmente algunas oficinas del Banco Nación, Lavalle y Alsina, él alquilaba ahí que era propiedad de Don Juan Giordano, luego compró este terreno y empezó a edificar, la calle era empedrada, las mudanzas se hacían en carritos con caballos. Mi hermana tenía 18 meses más que yo y a ella le llamaba la atención que algunos operarios de papá trasladaban en carretilla las cosas, cruzando por los lotes de atrás, donde había muchas cañas de la India, entonces le dijo a su manera a mi mamá que ella quería venir a la casa nueva en carretilla conmigo, así que sobre la carretilla mi mamá puso frazadas y arriba mi hermana sentadita y yo hecha chorizo porque me envolvieron en sábanas y el muchacho que nos trajo vino cortando campo y cuando llegó acá le dijo a papá ‘Don Santiago, esta fue la mudanza más pesada que me tocó’ porque claro, tenía miedo, ya que nos trasladaba a nosotras dos por los cañaverales”, comenzaba Gucha, relatando en la tarde de charla que nos ofreció con su mejor sonrisa y el mejor color de sus ojos. Juana Giacoia su mamá. Santiago Mileo su papá. Rosa su hermana, luego señora de Lascar. Una familia unida y aferrada al deseo y logro de la felicidad.
“Mi papá decía ‘el día que se casen, quiero que se queden en casa, porque si no los ratones van a bailar en esta casa tan grande’. La casa cuando nosotros la inauguramos no era como está ahora, era de las casas que se les decía ‘chorizo’, un gran patio precioso, con pérgolas con glicinas, canteros, a mamá le encantaban las plantas, había jazmines, una corneta anaranjada, había columnas en el patio con toldos, juegos de sillones de mimbre donde mi mamá colocaba los almohadones que hacía ella con un género que se llamaba cretona, preciosos. Un sillón de hamaca era para ella, que fue un tesoro de persona, compañera de papá, los ejemplos de vida que nos dieron ambos… tantos, tantos”, decía Gucha recordando otros detalles coloridos: “En el cantero del medio había una planta de mandarinas sin semillas, que era como la dueña del jardín y cuando desparramaba sus azahares…era hermoso”, dando cuenta de una vida que no solo simplemente vivieron, sino que maravillosamente disfrutaron.
“Las noches de luna de verano, mamá sentada enel sillón y mi hermana Chita y yo sentadas en el suelo sobre los almohadones escuchando a papá cantar con su guitarra. Mi infancia fue una belleza. Papá se levantaba a las 5 de la mañana y se iba a lavar la cara a la bomba. Con frío, con calor. Y mamá a las 6 le preparaba el mate. El se iba a trabajar y para las 8 de la mañana ya tenían la zapatería abierta, mamá había lavado el piso, limpiado el mostrador y bueno, él trabajando en la banquilla con su oficio de artesano del zapato. Llegó a tener 7 operarios, amaba ese trabajo y decía ‘cuando trabajás con amor no querés jubilarte nunca. Si amás lo que estás haciendo no querés dejar nunca de hacerlo’. Tal es así que cuando tenía 96 años que se quebró y lo operó el doctor Ramallo, le dijo ‘yo quiero morir en la banquilla’ y siguió trabajando. Mi papá fue modelo de persona, de padre de familia y mamá que lo acompañó siempre”. Y ante el inmenso ejemplo de amor y trabajo heredado de su papá, claro, su destino también de docente: “El deseo de mi papá…que fuéramos maestras. Y el orgullo cuando nos recibimos de maestras…fue inmenso”.
Haciendo Patria
El guardapolvo blanco ya era bandera en su cuerpo. Ya sabía desde esos designios del destino, que lo luciría por siempre. Con un ‘por siempre’ realmente eterno. Porque Gucha, sigue siendo maestra.
“Antes la Escuela Normal estaba en la calle San Martín. Ya cuando se hizo la casona actual, papá nos llevaba para mostrarnos el caminito que teníamos que hacer para ir …desde M. Moreno hasta San Martín, de ahí a la avenida donde estaba la panadería de Perna y de ahí derechito hasta la escuela rosada”. Y recorría con el dedo índice de su mano un imaginario mapa sobre la lustrosa mesa del comedor, como si dibujara el ritmo de sus pasos yendo a la escuela, donde continuó sus estudios secundarios, los que le valieron para su etapa ansiada: la de docente.
“Cuando estaba en tercer año de la secundaria, la Sra. de Monjardín solicitó a los padres que fueran a la escuela porque los que iban a seguir magisterio tenían que dar un examen de selección, aunque hubieran aprobado 3º año, lo aprobé y bueno…me recibí a los 18 años”. Y recordaba detalles de un sistema diferente al de la realidad actual: “Antes era del 15 de marzo al 15 de noviembre y se cumplían los 180 días de clases, nadie faltaba, nadie quería faltar ni en los desfiles con 0 grado…”.
Y agregaba: “Yo pensé que me recibía y que me llamaban…papá me veía que estaba barriendo el patio llorando…lloraba porque escuchaba la campana de la Escuela 14 y quería dar clases y no me llamaban porque en esa época casi todo era por cuña política, entonces él me dijo ‘no te van a llamar, porque mis cuñas son de madera, porque son las cuñas de las hormas que yo trabajo. Listado no hay, tenés que hacer Patria trabajando gratis’. Al otro día me pongo de punta en blanco y me voy a la Escuela 14 para ofrecerme a dar clases gratis…eran tiempos de maestras escritas con mayúsculas: la Sra. de Dominici, Susana Aboy, Sra. de Ricci, Sra. de Mauriño… así que trataron mi propuesta con la Asociación Cooperadora y me dijeron que fuera a la semana siguiente para ver qué habían resuelto. Y me dijeron que habían desdoblado un 5º grado que era numeroso y ahí colocaron una especie de madera-cartón separando el aula y habían puesto 23 pupitres, ese fue mi bautismo de fuego, en el año 48”.
Desde allí fue cosechando inmensos abrazos como agradecimiento por su entrega docente, gestos que recibió con su más sincero cariño, inclusive, en su celebración de cumpleaños Nº 90 un alumno de aquellas épocas, se acercó a saludarla: Angelito Vecchio.
“En el año 51 era directora en la Escuela Nº 1 Clotilde Amado, me llamó para una suplencia por maternidad, esos fueron 3 meses y mis primeros sueldos. Luego hice en la Escuela Nº11 suplencia también por maternidad. En la Escuela Nº12 otra suplencia por maternidad. También tuve y tuvimos con mi hermana, muchos alumnos particulares, como Ernestito Storani, Lázaro, Mehaudi, Cortada, Marchetti, Maturo…”, decía nombrándolos y hasta viéndolos llegar al amparo del perfume de los azahares.
“Yo ya me había casado y tenía a Santiago de 3 meses y me dijeron que en San Andrés de Giles había una vacante para actividades prácticas. Cuando volvió mi marido del Banco donde trabajaba, me dijo que él no quería coartar mi gran deseo que era el magisterio, ‘hablá con tu mamá y tu papá a ver si pueden cuidar a Santiaguito’ me dijo. Y así fue como empecé a trabajar en San Andrés de Giles en la Escuela Nacional Fray Mamerto Esquiú”. Y ya con el nombramiento, luego con el examen en Buenos Aires para el concurso de ‘antecedentes y oposición’ examen lógicamente aprobado y con la consiguiente recompensa de la titularidad de sus horas, se mantuvo durante 16 años, en aquella escuela dirigida por el Sr.Lazzarini. Y otra vez, su papá, materializado en aquellas palabras que Gucha recordaba en nuestra charla: “Viste Esther, vos sola te diste tu título. No necesitaste ninguna cuña”.
Y llegaron sus días de maestra en la Escuela Normal. Y pasaron 42 años de docencia avalando su título. Sin faltas, sin ejercer tareas pasivas, siempre al frente de sus alumnos. Y con además, su también cuidado y moldeado título de esposa –casada con Eliberto Manuel Sarobe- recordado con un “yo era de la época esa en la que jurabas amor eterno” y con quien tuvo sus dos hijos: Santiago y Claudia, floreciendo aún más su jardín con los coloridos nietos: María Candelaria y Santiaguito y María de la Paz y Margarita, del hijo varón y la hija mujer respectivamente, semillas crecidas al amparo de esta historia donde Negra, Negrita, Negrucha y finalmente el apodo de Gucha con el que continuó por la vida como sello y esencia de alguien que sale a la calle y es saludada “hasta por los perros” tal como lo expresaba en esa tarde de charla, recordando, reviviendo, mirando siempre adelante con sus ojos celestes y su coquetería en toda, toda ella.
“Gucha” en las instituciones
Siempre ligada a diversas instituciones lujanen-ses, la vida de Gucha anduvo por entre las actividades de bien para bien del prójimo.
“A mi papá le encantaba todo lo que tuviera que ver con la cultura, la educación…tal es así que hipotecó la casa para que se hiciera la Biblioteca Jean Jaurés. Allí íbamos como historia familiar. Mi papá terminaba de trabajar y con su guardapolvo gris de trabajo nos llevaba de la mano a la Biblioteca y nos sentíamos poderosas rodeadas de libros, de gente como Pasini, Chiaparelli, Rossi Montero, López Camelo, Bolgiani…con mi hermana servíamos el café en pocillos y si nos portábamos bien, podíamos abrir y ver los libros. La Biblioteca fue como una hermana mía”, decía rebosante de emoción, sumando recuerdos: “Cuando yo tenía 14 ó 15 años, papá nos decía que quería que nosotras fuéramos personas cultas entonces nos ofrecía que hiciéramos ese tipo de actividades, así que yo me fui a la Biblioteca Ameghino a averiguar todo lo que se enseñaba y como me encantaba la pintura me anoté con el profesor Juan Orlando Paladino, yo era compañera de Luis Nápoli por ejemplo. Salíamos con el trípode al Parque Ameghino a pintar”. Y sacaba los manuscritos de letra inalterada, redondeada de emociones, abrazada de tinta de lapicera como el mejor de los encuentros literarios, piel y hoja.
‘Almorzando con mis nietos’, ‘De todo un poco’, ‘Gracias recibidas a Dios’, ‘Historias de Luján que nunca conté’, ‘Hermosa experiencia’, ‘138 años de la Panadería Lucca’…algunos de los títulos de sus relatos que entremezclaba sobre la mesa, con también el decreto que la declaraba ‘Ciudadana Ilustre’ en 2015, un plato con scones amarillos, un vaso de gaseosa y su insistencia en mi merienda que finalmente probé mientras Gucha de eterna docencia, leía en voz alta y clara, uno de sus escritos con vivencias transcurridas en el año 1942.
“Vuelven a mi mente historias inolvidables que nunca escribí y que en este momento afloran como fuente de inspiración”… decía y las palabras dibujaban la casa, el zaguán sin puerta cancel, un patio de columnas, glicinas, jazmines, cornetas anaranjadas, habitaciones, taller de compostura del padre y la amplia cocina de la mamá, el olorcito a comida que tentaba a los que pasaban por la vereda y que terminaban invitados por Doña Juana a compartir algo de todo lo tan rico.
La relación de su mamá con sus plantas, con sus flores, los juegos de Gucha y Chita bajo la planta de mandarina que era la protagonista de los regalos que allí debajo, aparecían el Día de Reyes. Los vendedores ambulantes que le llevaban la mercadería a domicilio, llegando en carros, el lechero -Sr. Tornatore- con el tarro y la jarra de leche de aluminio y bronce, el pescador, el marchante que venía de Buenos Aires traía tesoros en las valijas: telas, ropa, medias, sábanas, toallas y elementos para las modistas. Los mates, las facturas, la gran amistad con Carmen Giacoia o también llamada Nena y ya Domínguez cuando se casó…su amiga de siempre “nuestra amistad selló una familia que nunca habíamos pensado. Aunque incorporamos personas al casarnos, nunca nos separamos, al contrario, felices porque éramos más”, decía y hablaba de más personas de su vida…
Cholo y Delo, dos amigos más. Su amiga de siempre y de hoy que aún las encuentra en una charla de Briking: Gisel Etcheto, el Club de Regatas, “Marta, Carlos, Nena, Gracielita, Santiaguito, Claudia y yo…qué hermosas tardes pasamos”…
Afuera la tarde se hacía larga y se le sumaba el adiós del sol. La imagen de la Virgen de Luján se aquietaba como recibiendo la proximidad de la noche, en una mezcla de susurro de fe y presencia de contención infinita.
“Como mi mente y mi corazón aún siguen vivos, voy a continuar con los recuerdos y más recuerdos, nombres y más nombres… anécdotas?… mil. Son como lucecitas que se prenden y apagan a medida que las voy escribiendo como si estuvieran jugando y no las quiero desperdiciar. Recuerdos, mil recuerdos tiernos e inolvidables. Gracias Dios mío por poder evocarlos y poderlos transmitir en mis 90 años, simples y maravillosos momentos que se grabaron en mí, testigos de mi juventud y adultez”, decía y no podíamos dejar de habar de su paso y actual andar también en instituciones como Liga de Madres de Familia, Archicofradía, Rotary…lugares donde esta mujer feliz hizo y hace, solidaridad. “Siempre mirando el futuro. Será también que soy persona de mucha fe, yo tengo respuestas de Dios y de la Virgen. Es la demasiada fe? No sé, pero tengo respuestas. Nací para servir. Yo sé que nací para ayudar, para proteger al más desprotegido. Amo al prójimo. De ‘los diez mandamientos’ los dos primeros te resumen todo: Ama a Dios por sobre todas las cosas. Ama a tu prójimo como a ti mismo. O sea, querete vos, si vos no te querés, no te cuidás, no podés querer a los demás”.
Cada día, empieza para Gucha a las 7 o un poquito más de la mañana. Hay 5 Cerealitas…5, contadas. Unta sobre ellas el quesito blanco Finlandia y se toma el Actimel. Ah…el kiwi de la verdulería también es infaltable. El jardín la espera como no queriendo amanecer sin ella. Reparte agua y miradas de cielo, previo paso ante un espejo y ponerse bien linda, más linda. La radio clavada en el dial de radio Mitre le pone sonido a su tarea en la cocina…almuerza con su hija Claudia y siempre algo, quiere preparar. La florcita que no le falte prendida a su ropa y que combine con el atuendo, el collar, con los aros.
El tiempo de tejido para los bebés del Hospital, le hace poner sus manitos chicas y delicadas sobre las agujas y los ‘ocho’ aparecen en el frente de esa batita que ya espera ser estrenada por quien empieza la vida…y ofrecida por Gucha, que ya anduvo un tramo extenso con el mejor ejemplo que pudiera transmitir en ese tejido: ser intensamente consciente de la maravilla de vivir. Gucha es eso. Es una vida intensa.
Nota: Lili Ricciardulli