La hoja se quedó sin cuaderno. Las manos chiquitas le soltaron la atadura de aquella encuadernación infantilmente forrada quizás de los más lindos colores para que esa hoja, pedacito de alma de árbol, tuviera en definitiva, vuelo.

Antes, una consigna en el otoño del aula de esa escuela de pueblo. Una canción recién conocida que hablaba de las Islas, un mapa colgado a plena pared por donde los dedos y los ojos pasaban ávidos por descubrir de qué hablábamos cuando hablábamos de Patria allá en el sur. De qué dolor hablábamos cuando hablábamos de frío, allá en el sur. De qué injusticia hablábamos cuando hablábamos de la guerra y de esos chicos, de la guerra.

Y con el manto de neblina como verso, con la decisión del no olvido de la perdida perla austral, las manos chiquitas y el corazón que ya crecía, enviando abrazos en letras haciendo malabares en los renglones para que ningún frío borrara el sentimiento hecho compañía a la distancia. Para que ninguna bala agujereara el papel blanco con destino de color barro. Para que ningún viento helado desparramara el abrigo de un ‘hola soldado!’ que debía quedar como ungüento curativo sobre el pecho, como si una y mil madres, como si una y miles de abuelas estuvieran allí, con sus chicos-soldados, protegiéndolos de absolutamente todo.

Esa carta y la de cada uno de aquella niñez de los años 80, volaron para llegar a donde las necesitaban. Junto con ellas, tantas otras cosas materiales que quizás, se quedaron entre las manos de quienes no eran los verdaderos destinatarios. Y allá, despejando mirada con guantes sucios o pieles agrietadas, la lectura. El consuelo de unas letras tipo garabatos leídas con alma de niño también. Porque eso aún eran… apenas niños empezando a ser hombres.

Y cuántas habrán sido… cuántas hojas que quedaron lejos del cuaderno forrado con papel de telaraña color rojo o verde o azul. Cuántas letras haciendo abrazos en palabras estuvieron ahí, a toda trinchera, siendo arma indiscutida para soportar dolores y esperas.

Y de tantas, que llegaron a destino, de tantos encuentros y reencuentros, en este 2019 y 37 años después, las letras chiquitas de una mano chiquita siguen latiendo con el mismo buen deseo, porque aquel soldado las abrigó también con su propia esperanza e hizo de ellas, una bandera para los mejores días.

Y sí… las cosas increíbles dejan de serlo cuando se concretan, aunque la magia de la emotividad, nunca se opaca. La niña de la carta y el soldado lector se encontraron. Se reencontraron.

Las letras de Claudia

La nena en cuestión es Claudia Isasi, la Rusa Isasi para tanta gente. Docente, parte de la familia del Club “El Timón”, conocida vecina de la zona. Ella, que a sus 10 años redactó en su Escuela Nº 16 la carta que le llegó a Daniel Zapata, de la localidad de Navarro, en aquel momento soldado en las Islas Malvinas, nos contaba acerca de este giro del destino que la hizo conocer en persona al destinatario de aquella carta.

“Recuerdo que a esa carta la escribimos con esa intención… que llegara a destino o al menos era nuestra ilusión, acompañar desde nuestro humilde lugar a esos chicos/soldados que estaban allá tan lejos de su familia y su hogar. En ese momento creíamos que les iba a llegar, aunque con el tiempo uno fue sintiendo que no, que todo había quedado en el camino. La escribimos cuando estábamos cursando 5º grado en la Escuela Nº 16 de Jáuregui, nuestra seño era Mónica Esper y cuando ella propuso la escritura de esa carta recuerdo que fue un día muy marcado para nosotros –mis compañeros y yo-, con apenas 10 años mucho no entendíamos y tampoco dejaban preguntar pero nos tocaba muy de cerca. Familiares o vecinos de algunos de nosotros estaban involucrados directamente y habían sido llamados para combatir en Malvinas. Recuerdo a mi mamá verla llorar y repetir una y otra vez que era una locura todo, que no podía estar pasando eso y por otro lado ver, leer y escuchar que Argentina estaba bien preparada para eso, la plaza llena con banderas, cantar con euforia y entusiasmo la ‘Marcha de Malvinas’, escuchar por todos lados que todo iba bien. Menos mi mamá, ella con mucho dolor tejía bufandas, guantes, gorros y nos mandaba a la escuela con alimentos y chocolates para donar a los soldados”, decía Claudia ante este volver 37 años atrás desde la existencia tan viva y tan querida, de una carta.

“Malvinas siempre me movilizó mucho y a medida que fui creciendo se acentuaba más el dolor, el enojo, la tristeza que se haya vivido eso. Como me escribió mi hermano Andrés cuando compartía con ellos esto, ‘fue todo una gran mentira, una puesta en escena peor que la guerra misma, el enemigo era tu superior, no el inglés’. La docencia me permitió poder transmitir a mis alumnos lo vivido, lo que pasó, lo que se decía y lo que fue”, sostenía.

Sin trincheras, a todo sol

Y ese sol, lo mantuvieron los corazones de esta historia aunque sin saber que estarían bajo el mismo, cuando las redes sociales reivindicándose un poco de tanto ‘desencuentro’ que muchas veces generan, hizo su parte y con la decisión de la búsqueda por parte de Daniel, la autora, la carta y el soldado estuvieron en el mismo lugar y tiempo.

“Fue maravillosamente emotivo. El jueves 23 de mayo me desperté y vi en mi Facebook una notificación de una chica llamada Tamii Argañaraz, que no estaba en mis contactos. Y en una publicación mía del 9 de marzo me escribe ‘Creo que es usted. La están buscando’. Y debajo la captura de pantalla del muro de Daniel Zapata. Cuando abrí la publicación no podía creer lo que estaba viendo… era la carta que yo había escrito hacía 37 años a un soldado de Malvinas. Me estallaba el pecho de tanta emoción, no puedo expresar muy bien con palabras la sensación de ese momento”.

A partir de allí, Claudia comenzó a buscar en Facebook a Daniel y fue ayudada por sus hermanos, amigos y se sumó la alegría de mucha, mucha gente que de alguna manera regresó a los recuerdos y vivencias de aquellas épocas.

“Mariángeles -mi hermana- lo encontró en Face, así que yo le escribí lo que me salió…. lo publiqué en mi muro… a partir de ahí aparecieron un montón de personas que me conocen y otras que no con palabras hermosísimas y emotivas para mí y para Daniel. Sentí mucha empatía por parte de todos y también noté un cierto ‘alivio’ por así decirlo que algo de lo que habíamos mandado había llegado a destino”.

Y el destino hizo entonces que el tiempo girara hacia atrás y aquel 1982 estuviera otra vez, pero ahora, con heridas curadas algunas y otras en espera de lo mismo. Algo que se concretó con este encuentro que quizás haya sido un reencuentro, porque de alguna manera, aquella niña y el soldado ya habían estado unidos por una carta.

“Volvimos todos a abril de 1982, a sanar de a poco viejas heridas. Pasaron 37 años y enterarme de que esa carta que escribí la había recibido alguien y que esa persona había vuelto de Malvinas y la publicara fue muy milagroso, había paz en mi corazón y muchísima emoción. Es como lo describió mi tía Gra, ‘un regalo inesperado’ en mi vida, un reencuentro maravilloso”.

Y mientras el encuentro se organizaba, Daniel le fue relatando algunas emociones: “Me contó que la carta le llegó cuando se encontraba en una trinchera, el mismo día que se fue el compañero que estaba ahí y él se quedó solo. Que todos los días la leía y que había sido su compañía hasta que regresó. Y que nunca –desde que llegó de Malvinas- volvió a leerla y que ese jueves revisando sus cosas la ve, se la muestra a su hija y es ella la que le dice ‘vamos a buscarla en las redes, decime qué querés que ponga que yo te ayudo y lo publicamos’. Recordar esto me hace caer las lágrimas otra vez”, decía Claudia así… con la emotividad otra vez, en cada letra.

Abrazo de Patria

¿El momento? Así lo relataba Claudia: “Toda mi familia estaba muy movilizada, apenas se lo conté a mi mamá le brotaban las lágrimas de emoción. Mi hermano Marcos me escribe que estaba muy emocionado y que le había mandado un mensaje a Daniel que quería encontrarse con él, se daba justo que el domingo 26 de mayo el equipo de básquet de El Timón viajaba a Navarro participando de La Liga, así que allá fuimos. Y llegaron caminando, él y su mujer Nancy y mi corazón explotaba. Se nos caían las lágrimas a todos. Nos dimos un abrazo fuerte, sentido, sanador, milagroso. Me entregó y le di en ese abrazo un ‘gracias’ desde el alma. El nos mostró la carta intacta, cuidada, valorada y me dio un regalo valiosísimo: el rosario que lo había acompañado en Malvinas. Sentí que me estaba entregando mucho de él, algo muy valioso y se lo hice notar y su mujer maravillosa me dijo ‘aceptalo, cuando supo del encuentro me dijo que quería regalarte algo y yo le dije que te regale lo que quisiera y sintiera y él eligió eso’. Las palabras sobraban, mi corazón no daba más de tan hermoso gesto y pude volver a sentir lo que significó esa carta escrita el 28 de abril de 1982 para él, allá en Malvinas. Este encuentro fue maravilloso y no me canso de decir siempre las mismas palabras: fue y seguirá siendo para mí, para él y me atrevo a decir para muchos, muy sanador. Sigo transitando una nube de emociones, en paz, sabiendo que Daniel de a poco puede ir poniendo en palabras lo vivido, que no es nada fácil. Estoy eternamente agradecida a Daniel y a su familia por haberme buscado. Es muy fuerte lo que viví y permanecerá por siempre en mi corazón”.

La extensión de una hoja de cuaderno… un territorio de no más de algunos centímetros cuadrados. Sin embargo, un espacio capaz de albergar lo más sublime y necesario para ofrecer: el corazón. Aquel soldado lo recibió con forma de letras. Aquella carta logró lo que merecían los chicos combatientes en Malvinas: no estar solos.

Soldado de la Patria

Daniel ya no se escuda en ninguna trinchera dolorosa, sino en la mejor de las guaridas para todos: la familia. Tiene a su esposa –su novia en aquellos tiempos-, hijos y nietos. Y desde ese armamento de amor, es y seguirá siendo un Héroe de Malvinas.

“Fue algo espontáneo, buscando unos papeles encontré las cartas que tenía guardadas, de mucho valor para mí. Mi hija me dijo ‘papá, ¿la publicamos a ver qué pasa?’ Y así lo hicimos”, nos contaba Daniel cuando generosamente accedía a relatarnos acerca de este hecho tan lindo del encuentro/reencuentro que suma gestos de un accionar que no debemos perder: el de Malvinizar.

“Me doy cuenta ahora por la dimensión que tomó la publicación, de cuánta gente se movilizó para encontrar a la autora de la carta”, nos contaba emocionado siempre y agregaba su apreciación ante el momento del encuentro: “Fue muy emotivo, los recuerdos salieron a flor de piel. Fue una mezcla de llanto y alegría, todo al mismo tiempo, conocer a la autora de esa carta que me acompañó durante la guerra. Claudia me demostró su admiración y respeto, lleva la causa Malvinas en lo más profundo de su corazón. Estoy asombrado por el cariño de la gente, de la familia de Claudia. Es como sanar un poco las heridas, después de tantos años, una caricia al alma. Más que agradecido. Mil gracias a todos”.

Nota: Lili Ricciardulli