El corazón del barrio está quieto y en la quietud, la gente. Una mirada desde adentro de uno de los tantos barrios de Luján, Villa del Parque. Un tiempo de cuarentena que es más difícil calles adentro, ahí donde la necesidad no se detiene.

Cuando la vereda está cerrada, separando las cercanías, negada al encuentro y la charla. Cuando la esquina sigue polvoreando en remolinos de tierra a la tarde pero no está la barra de chicos compartiendo adolescencia. Cuando el campito se levanta en yuyos porque no hay ‘fulbito’ y el verde sigue creciendo apuntalando los arcos de palos torcidos. Cuando la calle, entonces, sigue estando, extensa, invitante al recorrido, pero no se puede estar ahí, no hay andar posible.

Entonces, la vida te reduce los pasos, la puerta está más cerrada que abierta y esa hendija te recuerda con sol que afuera hay tanto, tanto de eso cotidiano que ahora no se puede. Entonces, el “no se puede” se hace versión, se hace rebusque, se hace malabares, se hace ingenio, se hace hasta dolor de cabeza con una “pensadera” que abruma… porque nada es fácil para la gente de un barrio para el que mucho, casi siempre, es difícil día a día en todos los tiempos y no solo ahora, cuando el tiempo trajo la pandemia.

Todo es difícil un lunes, un martes, un fin de semana cualquiera. Todo es difícil en diciembre y las Fiestas que envuelven con moños tentadores el deseo de los gastos extras, en los eneros que calcinan y no hay viajes, en los otoños de inicio de clases y las mochilas con el peso de poco, en las puertas del invierno y el avance del frío cuando la leña saca cayos para quien la sale a cortar y el gas natural es un ideal que quedó detenido del otro lado de la ruta.

Si tanto es difícil sin la palabra “coronavirus”, es casi inimaginable cuando ahora esa palabra es parte de lo que les sucede a todos, es palabra y realidad destellando en la pantalla, dicha de vecino en vecino, escuchada desde el alto parlante del móvil municipal que apuntala la decisión de una Cuarentena Obligatoria.

Entonces el paisaje cambia y no solo afuera con la llegada del otoño. Cambia adentro y no porque hayan podido pintar el comedor con un color atractivo. Cambia el paisaje de la vida cotidiana y no hay Netflix. Cambia y no hay delivery con kilos de helado para darse el gusto cada día. No hay compras online en los grandes supermercados ni renovación de toda la línea de electrónica de la casa. No hay clases virtuales mediante Zoom en el dispositivo tecnológico capaz de instalarlo.

Mucho, no hay. Y lo que hay no es mucho. Cuarentena… difícil para todos, pero para algunos -muchos- más.

El barrio guardado

Es como si el barrio tuviera la posibilidad de cerrarse en una bolsa y quedarse quieto, aguantando esa quietud, doliéndole esa quietud, pero sabiendo que asomar, por ahora, es todo riesgo. Entonces, a arreglárselas en esa quietud con lo poco que se tiene y lo poco que se puede.

“En esta situación de pandemia se siente mucho miedo, desolación y mucha tristeza porque en los barrios se siente más por las grandes necesidades, desde los cuidados de higiene que no llegan a tener todos, ya que en su mayoría son changarines y no tienen trabajo efectivo”, nos decía Viviana Figueroa, coordinadora del comedor “Los Penachitos” del barrio Villa del Parque, alguien que es referente por su siempre participación solidaria.

“Los niños del barrio se entretienen jugando solo en sus patios y miran televisión, hacen las tareas junto a sus papás pero también debo decir que se les complica a los padres poder ayudarlos porque hay temas que no los saben y eso lo sabemos porque vienen y nos consultan en el comedor. Aquí tenemos libros, enciclopedias de donde sacan material; también tenemos profes que han dado clases y se han ofrecido a dar una mano en la tarea de los niños, por ejemplo en matemáticas, historia, lengua e inglés”, detallaba Viviana.

Y destacaba ese accionar solidario: “Muy agradecidos de ellos ya que fueron profes de la Secundaria que funciona hace dos años acá en el comedor, y ya hace tres años la Primaria de Adultos”.

Ese abrazo solidario que hoy no se da de piel en piel, se hace cálido a la hora de ofrecer ayuda de todo tipo, especialmente pensando en los chicos que en muchos casos y dada su edad, ni siquiera pueden llegar a comprender por qué la canchita de la esquina está vacía y la pelota no puede ser pateada entre todos.

“A los niños se les hace difícil estar encerrados ya que en la mayoría de los casos tienen patio muy pequeño”, manifestaba Viviana, al tiempo que agregaba: “El 70 por ciento de los vecinos son trabajadores precarizados e informales, viven de changas y ahora por la situación están parados, la mayoría son albañiles o hacen mantenimiento de parques. También juntan cartones y demás. Y ya se acercaron a buscar las viandas al comedor o buscar alguna mercadería ya que no cuentan con ningún ingreso hasta que vuelvan a trabajar”.

Mirar al otro

Se ven. Por las ventanas. En algún cruce en una salida imprescindible por el barrio. Y se miran en lo que les pasa adentro. Porque se conocen y viven una misma realidad. Entonces, se ayudan.

“Son solidarios los vecinos entre sí. Van a comprar y se turnan las mamás para que cuiden sus hijos e ir a comprar sin los niños y así se turnan también para comprar comunitariamente o para amasar pan cada día”, señalaba Viviana, quien es pilar de este comedor “Los Penachitos” que la militancia del Polo Obrero abraza y contiene. Un comedor de puertas totalmente abiertas a la hora de la ayuda, tarea que ya ha cumplido 20 años.

“El Comedor funciona mas que nunca porque la necesidad existe . Se cocina con alimentos secos enviados de Nación pero ya hace 1 mes y medio que no nos están dando y los frescos nos da el Municipio pero muy poco de carne y verdura muy poca variedad: cebolla, papa y zanahoria Ahora hay una gran demanda, hay 20 familias que esta semana se sumaron y se están anotando más. A cuatro cuadras de aquí también funciona otro merendero nuestro -en el barrio Lanusse,- 3 veces por semana y ese cumple 9 años ya. En el de Villa del Parque -que tiene 20 años- cocinamos los días restantes” y destacaba la generosidad de sus compañeros que realizan en estos momentos de cuarentena, mandados a las personas mayores o con problemas de discapacidad.

Con un espacio solidario que es punto de encuentro en el barrio, esa edificación levantada por ellos mismos y sostenida durante estos 20 años, atiende en la actualidad a 75 niños y 70 adultos. “Tenemos muchos abuelos en el barrio que no tienen asistencia, hasta abuelos discapacitados a los que les acercamos lo que podemos, lamentablemente aquí el Estado está muy ausente, como Políticas Sociales, siempre fue así, desde el comienzo de nuestros comedores. Desde el Municipio nos piden que asistamos a todos los que necesitan pero los insumos no nos han dado , funcionamos con lo que tenemos nosotros, es una triste realidad” y remarcaba que en la misma situación de apenas recibir jabones blancos y pocos litros de cloro, están los demás comedores de esta agrupación social: éstos mencionados de Villa del Parque y Lanusse, como así también uno en barrio San Jorge -20 años- Open Door desde hace 6 años y desde hace 1 año y medio, también en el barrio San Juan XXIII.

“Pedimos a todo el que pueda, colaboración, hoy todo es necesario, parece increíble que estemos como hace 20 años con la diferencia que tenemos lugar físico pero una gran necesidad de niños que no tienen para comer todos los días y personas hoy sin trabajo. Agradecemos toda ayuda sabemos que no es obligación de los ciudadanos sino del gobierno”

Así, con las necesidades a cuestas o delante para verlas a diario o detrás para arrastrarlas y sentir el esfuerzo cada día más, está pasando la cuarentena mucha gente. Cuarentena obligatoria y necesaria. Una medida que no se discute y que confiamos que los resultados de la misma sean tan favorables como se esperan. Solo que hay cuarentenas y cuarentenas….

Hay tristeza de aislamiento y ganas de juntada en la esquina. Hay olor a tortas fritas repartidas con solidaridad pero sensación de que quizás al otro día, ni eso. Hay poco espacio en las casas y toda la calle afuera, pero no se debe ni se puede andarla. Entonces a apechugar con el mejor optimismo que les salga de adentro aunque ahí adentro varias noches “suenen las tripas”.

Hay que agacharse aunque duela la cintura para encontrar un pedacito de patio donde recuperar juegos antiguos porque Netflix no es para todos. Hay que mirar para el otro lado del alambrado con la indispensable tarea de creer que la esperanza es lo último que se pierde. Hay que abrir el cuadernos y garabatear la ilusión de pronto estar en la escuela.

Todo esto pasará. Sabemos que la cuestión es hacer bien las cosas para que cuando finalmente haya pasado, el dolor tenga un número lo más pequeño posible. Pero mientras tanto, hay mucho que se quedó frenado en la ruta y del otro lado lo único que avanza es la solidaridad entre vecinos. Celebrado avance. Digno avance. Y ejemplar avance: solidaridad.