90 almanaques atrás
Los niños saltaban en la inmensidad de la plaza, se acercaban corriendo, ella con sus trenzas, él con un pantalón corto que mostraba rodillas raspadas como signo inevitable de niñez, y se asían veloces a la mano de su mamá, de vestido extenso en tela, cartera sostenida a brazo doblado, algún tocado de flores en su cabeza.
Del otro lado, la mano de papá, de oscuro traje y ese sombrero varonil que se quitaba al entrar al recinto del gran templo de fe de nuestra ciudad visitada cada domingo, entonces un aparatoso conjunto de trípode, caja y tela negra frente a ellos, los eternizaba delante de la protagonista de su visita: la Basílica, en la fotografía que aún en blanco y negro, destellaba en la magia de la colorida presencia de ellos: los santeros.
Esas cajas ambulantes que chinchineaban al viento sus artesanías colgantes. Todo el color ahí. La Fe adherida a la postal, a la pequeña estatuilla de algún santo, a la estampita bendecida e incluso, la Fe tallada a golpecito de cincel en las creaciones manuales de los propios comerciantes, ya comenzados a ser llamados ‘santeros’.
1 almanaque atrás
Los chicos recorriendo la inmensa plaza, mirando todo pero también buscando la mejor señal de wifi para tampoco dejar de saber qué está sucediendo en el mundo virtual. Mamá y papá enviando algún que otro WhatsApp contándole a alguien o a muchos en ese grupo de las redes sociales, dónde estaban y qué estaban haciendo.
Los chicos se acercaban y daban las indicaciones con esa poca paciencia de los ‘centenials’ enseñándole a los de otra generación cómo sostener el ‘palo de selfie’ y detrás los colores estallando desde las cajas de santos.
El almanaque hoy
Aquellos chicos y sus padres de 90 almanaques atrás, ya no están. Aunque siguen en el recuerdo de la fotografía ya ajada y sepia que conserva alguien de la familia en ese álbum de cosas antiguas: fotografías en papel.
Los otros chicos siguen siendo chicos, pero desde el año pasado a este hay un gran cambio, especialmente al día de hoy cuando no hay selfies en la inmensa plaza que parece que tiene más inmensidad aún por el manto de ausencias que cayó sobre ella y sobre todo.
Y aunque la postal sigue teniendo el foco de toda foto que es la Basílica, erguida e imponente, falta el color. Porque no está el chinchineo de las artesanías colgantes que se hamacan al viento. No está la Fe impresa en una estampita. No está la artesanía que lleva esa Fe tallada desde el pie de la casa de Dios a la mesa de luz de esa y esas familias. No está el rosario bendecido que se va con el orgullo del visitante adherido a la piel del pecho.
Faltan ellos. Falta ese color. Falta esa manera resumida de la Fe. Falta ese recuerdo tangible que se compra y se disfruta a alma. Faltan… los Santeros. No están sus cajas de sonidos y colores. De mil y miles de recuerdos de todo material posible. De rotación de espacio pero presencia permanente…hasta ahora, ahora que llegó el dolor de una pandemia y el mundo tuvo que cambiar sus rutinas.
Y en Luján, precisamente una imagen alterada en su cotidianidad, es la ausencia de las cajas de santos, que no sólo queda en evidencia por la falta de color en la Plaza Belgrano y las recovas, sino que se hace evidencia de gran preocupación por entre quienes son parte de esta ocupación laboral que hoy, como tantas, está detenida en su totalidad.
Aniversario sin actividad
El 1 de abril siempre es un día especial: se celebra el Día del Santero y siempre hay abrazos y besos a toda plaza, celebrando una actividad que es postal de toda la comunidad lujanense como así también imagen inolvidable para los visitantes. Pero este año, todo detenido.
“La Asociación de Santeros Ambulantes cumplió 90 años este 1 de abril y salvo inundaciones, siempre en esa fecha y todos los días estamos en la plaza”, nos decía Daniel Baistrocchi, presidente de la Asociación de Santeros Ambulantes de Luján, con la preocupación por lo perdido en cuanto a los ingresos inexistentes y a la rara sensación de no estar ahí, a plena plaza.
“En lo anímico nos afecta la incertidumbre de cuándo podremos volver a trabajar, que no lo hacemos desde el domingo 15 de marzo la mayoría. Y en cuanto a lo económico, vamos a pedir un recorte del pago del canon Municipal”, mencionaba, al tiempo que destacaba que aún cuando no pueden estar presentes en sus lugares rotativos de trabajo -la zona histórico basilical- tratan de mantener viva la ocupación laboral que los nuclea.
“Cada uno en sus casas seguramente está preparando mercadería para pasar el tiempo y hacer algo útil”, decía Daniel Baistrocchi, y dejaba un mensaje con la necesaria esperanza: “A los turistas les decimos que los vamos a esperar con la misma actitud de siempre, que es atenderlos como se merecen y brindarles información de cualquier tipo”.
Volveremos a escuchar el chirrido de las ruedas de las cajas yendo a la plaza, volviendo de la plaza luego del mejor día de trabajo, luego de un fin de semana de gente a menos de un metro de esa distancia que hoy nos separa. Volverán las estampitas a salir de las manos de los Santeros para quedarse como escudo de protección en la billetera del turista. Volverá a estar Luján repartido en infinitos pedacitos haciendo que emigre a todo pueblo, a toda ciudad, provincia y otros países.
Luján al mundo, desde ese recuerdo adquirido ahí, en esa porción colorida de la zona histórico basilical que hoy está guardada en el depósito con la urgencia del freno de la economía de las tantas familias dedicadas a este oficio de ser santeros.
La postal hoy sigue teniendo a la Basílica como fortaleza para la fe más cercana e imprescindible en estos tiempos. Pero la ausencia, es el color…. Ya volverán los santeros, claro que sí! para continuar con la tarea de desparramar pedacitos de colorida fe, al mundo.