El día se puede levantar por entre las calles tan gris como alguna de esas asfaltadas. O tan opaco como aquellas de huellones de barro. El día puede desperezarse con la tonalidad de la escarcha del invierno que ya llegó y puede salpicar con lluvia todo el andar diario como si fuera algún llanto marcando esas necesidades que están ante la mesa muchas veces con poco… o vacías.
Pero por entre el gris, lo opaco, las lágrimas, aparece esa luz intensa que a pesar de quizás ser chiquita, resiste con la intensidad de ese “tun-tun” en el pecho, porque esa lucecita es latido de solidaridad. Entonces, el comedor celebra su propio nombre y pone un rincón con luz en el día de cada quien que necesita el abrazo que significa que alguien piensa en ellos y la certeza de ese plato con tanta luz como sabor, para que se refleje además la esperanza. Esa que gire en torno a un buen trabajo, a la familia unida, al plato de comida asegurado, a las risas, a los proyectos.
Ahí está la esperanza y aunque hoy todo eso cuesta, cuando alguien pone la mesa para muchos -o como ahora, extiende una vianda- esas postales parecen más cercanas y alcanzables. Y no es metáfora… no es utopía. Un gesto de ayuda como el que a diario crece en un comedor, sirve de empuje para devolver gratitud, para sentirse acompañado, para que la gente siga creyendo en la gente.
Eso sucede cuando el Comedor “Rincón de Luz” ofrece esa porción de algo sabroso: la esperanza se hace destino y seguro, gira dentro del corazón y la panza.
Acá la historia de este espacio ubicado en la calle Ameghino del barrio homónimo.

Luz en recipientes
El espacio físico se encuentra exactamente a la altura del 2.657 de la calle Ameghino, entre Storni y Rojas. Allí, que es la casa de Norma y su familia, desde hace 6 años los vecinos que necesitan ayuda, la reciben en forma de algo rico para comer.
“Nosotros comenzamos en el año 2014, ofreciendo la merienda en mi casa, armando entonces el merendero con el nombre de ‘Rincón de Luz’, en ese momento con recursos propios, comprando con mi sueldo la leche, el pan y lo que hacía falta”, decía Norma Roldán, quien lleva adelante esta tarea con la que colaboraba en ese entonces con 30 niños del barrio. Número que fue creciendo junto con el crecimiento también de las necesidades.
“Con la ayuda de mi esposo, dos de mis hijos -que son los que actualmente me ayudan- fue creciendo todo porque con el tiempo hubo más necesidad, se fueron sumando más niños y con esa demanda, hace dos años la asistente social se enteró de nuestro trabajo y me ofreció ayuda por medio del Municipio. Entonces, tramitamos una ayuda social de mercadería y empezamos con la actividad de comedor”, agregaba Norma refiriéndose a qué aquella taza de leche del inicio de esta historia se transformó en un plato de comida.
“Antes de la pandemia comían en mi casa, ahora retiran las viandas los días martes y jueves, y lunes y viernes la merienda. En este momento son 60 familias que asisten al lugar”, contaba. Y ese lugar sigue siendo su casa. Su espacio personal que amoldó con forma imaginaria de corazón y le puso la también imaginaria pero perceptible luz de solidaridad.

“Con mucho sacrificio estamos construyendo hace un año un espacio a parte, sin ayuda, con nuestro sueldo, porque mi comedor quedó chico, nos faltan bancos, mesas, una cocina, porque uso la que tengo en mi casa para todo. Y además, todo sirve, madera, materiales, lo que alguien pueda aportar nos viene muy bien”, mencionaba ante nuestra propuesta de mencionar con qué ayuda material se puede lograr una mejor atención en el comedor.
“Lo que también nos falta a veces es para la merienda. Por ejemplo, si alguna panadería pudiera donar galletitas, golosinas para los niños…”, sostenía esta vecina que piensa en sus vecinos y pone espacio, manos y tarea para que las porciones de luz lleguen a todos los rinconcitos. Y mientras suma recuerdos de actividades antes del aislamiento social que llegó en marzo -como recreación los días sábados o festejos cada año para el Día del Niño, hasta la visita de la Orquesta Infantil y Juvenil de la Escuela 31-, también rememora ese designio de la vida que la puso a elegir realizar esta tarea.
“Esto empezó en mi caso hace como 10 años o más. Me quedé sola con mis hijos muy chiquitos y tuve que salir a trabajar. Y gracias a un comedor que había en mi barrio, que era guardería, pude salir a trabajar porque me cuidaban a mis hijos y le daban la comida y merienda hasta que volvía de mi trabajo. Y hoy que gracias a Dios no me falta, quiero devolver algo de lo que me dieron en ese momento, para que otras madres que hoy están en la misma situación que yo estuve, tengan las mismas oportunidades”.
Mirar al otro, de ese se trata. Y Norma desde este comedor y con su propia historia bien lo sabe. Y nos dejaba los puntos de encuentro para la concreción de la ayuda: en el Facebook Rincón de Luz, también en Instagram o al celular (2323) 604058.
Todo sirve… un poco de cemento, ladrillos, maderas, bancos, sillas, alimentos. Todo tiene utilidad y sirve para construir los días de la gente solidaria. Porque desde un lugar como el comedor “Rincón de Luz” sale cada día una porción bien iluminada de esperanza.
