Pandemia. Incendios que destruyen. Charlamos con una lujanense, vecina de Cortínez, que está en Córdoba desde marzo por la cuarentena y ahora vivencia la postal de las llamas. Mary Achaval nos da testimonio cercano de un tiempo en el que todo se rompe. Y también Tamara Toselli, una amiga cordobesa de Mary que es Bombera Voluntaria.
Crujen las ramas y las almas de savia se hacen cenizas. Se recuestan abatidas al ras de la tierra herida que quema hasta el deseo de esos árboles, de morir de pie. Crujen las alas que se quedan grises, sin el arco iris del vuelo, sin el refugio verde de los gigantes ahora muertos, volviendo por sus nidos, que ahora ya no encuentran. Crujen las pieles y todo se hace huellas en círculos desesperados sin salida del infierno. Cruje hasta el cielo. Y todo es parte de la herida naranja que flamea cuando el viento le pone fuerza y la extiende a lo largo de todo lo que se pueda hacer… crujir.
La tierra, cruje. Y allí, la vida sufre. Porque todo se rompe y aunque el tiempo sepa poner ungüentos con el paso de las estaciones, ahora todo es dolor. Impotencia. Preguntas. Respuestas que duelen. O no llegan. Dolor de incendio en medio de una pandemia.
Estos últimos días han sido heridas de color naranja para ese tramo de territorio argentino, ahí donde las sierras se elevan como notas musicales en el pentagrama del paisaje y hacen sonar la maravillosa música de la naturaleza. Esa que hoy canta a gritos de dolor la herida naranja.
Córdoba se quema. Y se rompe. Y a los testimonios que escuchamos a través de la pantalla, desde esta nota sumamos la palabra y la mirada de alguien que está cerca, vivenciando humo como aire del paisaje cotidiano: charlamos con Mary Achaval, vecina de Cortínez, quien veraneando en su casa de Potrero de Garay quedó varada por la cuarentena en primera instancia y luego, al quedarse, está viendo cómo los paisajes cordobeses crujen.
“Donde estamos nosotros, enfrente hubo dos incendios pero enseguida fueron apagados. Es terrible lo que pasa, más porque son provocados. Siempre en medio la política, la toma de tierras… esto principalmente más que los descuidos. Todo agravado por la tremenda sequía, una sequía que no se veía hace como 15 años”, decía Mary a LUJANHOY con la congoja que le pone tristeza en sus letras .
“El impacto ambiental es inmenso. Fauna y Flora que tardará años en recuperarse. Justo estamos en época de anidación. Pobres aves. Encima el viento no deja de soplar. Esperábamos agua pero no cayó una gota. Al menos en la zona de Paravachasca. Esperamos que más al sur de la provincia llueva algo. Así está la situación . Muy grave. Una provincia tan propensa a los incendios debería tener más aviones hidrantes. Los bomberos están agotados. Es de nunca acabar”.
Las palabras llegan con una postal que podría ser hermosa pero tiene la coloración del sol tiznado de humo. Mary desde su oficio de fotógrafa capta el lago “Los Molinos” y suma la descripción: “No sabes cómo cuidamos el agua acá en Potrero. El lago ha bajado más de tres cuadras. Y en él cargan los aviones hidrantes para apagar los fuegos”.
Y enseguida destaca la labor de los Bomberos que, como siempre, son ejemplo. Ahí, a ellos también les cruje el alma, pero la sostienen con el valor de su vocación porque deben estar enteros para frenar el crecimiento de esa herida naranja que hace brotar la sangre de la naturaleza en cada pérdida de vida, por más ínfima que parezca.
“Y lo solidaria que es la gente. Hay chicas jovencitas, de 17 años, que se pasan días colaborando con los bomberos, que después que apagan los incendios dejan gente haciendo lo que llaman ‘Guardia de cenizas’, ya que por el tremendo calor reinante se suelen prender nuevamente”, mencionaba la escritora y fotógrafa que vive en Cortínez aunque por estos meses permanece en su casa de Potrero de Garay, que si bien está a algunos kilómetros de los fuegos intensos, también ha visto focos cercanos.
“Tengo el lago ‘Los Molinos’ enfrente, pero estos días pasados apenas se veía. Todo era gris. Es una sensación muy fea. Tristeza, impotencia. No se puede hacer nada. Solamente confiar en que pronto pasará y rogar que llueva”, decía. Y en ese esperar que pase, la vida con sus vidas dentro, arde.
De las causas se dice, se asegura, se cubre, se desdibuja, se miente, se asevera, se muestra, se constata, se oculta, se esquiva. De las consecuencias está todo a la vista: un pedazo de mundo, roto.
Palabras ardiendo
Como lágrimas. Parte de sudor por el esfuerzo. Parte del alma que se desangra ante el dolor de los que no pueden escapar de la herida, que los devora a lengüetazos hirviendo para hacerlos cenizas. Así, como lágrimas, las palabras de Tamara Toselli, una amiga cordobesa de Mary, estudiante de veterinaria y parte del Cuerpo de Bomberos Voluntarios Cuartel 102 de Villa Ciudad América, atravesando humos y parándose delante del fuego, para frenar el flameo naranja de la herida.
“Nuestra principal labor también es crear conciencia y que no se llegue a estos hechos tan lamentables, todo muy feo, fue tristísimo ver la fauna autóctona a la que se le destruye el hogar, que no se pueden ir, la verdad fue muy desolador también para mi a nivel personal. En un momento en los incendios de Cosquín, hacía tres días que estábamos, muy cansados ya, tenía muchas ganas de volverme a casa y nos llaman porque se estaba prendiendo fuego de nuevo para el lado de un barrio, así que salimos con el móvil y cuando llegamos al lugar había un nene parado en la vereda, muy contento que nosotros estuviéramos ahí. Y yo pensaba que yo estaría muy triste que los Bomberos estuvieran en mi casa, pero él estaba muy contento y nos saludaba. Más arriba también salieron nenes a saludarnos, el padre de uno de ellos nos hizo ‘saludo uno’ y la verdad eso fue para mí muy importante. Nosotros por eso hacemos este trabajo voluntario, porque nos llena eso”, decía la joven bombera destacando el gesto de camaradería de la gente para con ellos.
Y acerca de la situación actual, mencionaba: “Están todos los incendios contenidos y los últimos para el lado de Villa Giardino están en ‘guardia de cenizas’. La verdad es que como cordobesa y como bombera hace años que vivo esto, me tocó nuevamente porque incendio grande lo viví en el 2013, que se nos quemó prácticamente toda la provincia. Se siente impotencia más que nada”, decía Tamara.
Y agregaba: “Córdoba tiene un sistema climatológico muy complejo, si uno ve un mapa de Argentina se ve la Cordillera de un lado y del otro lado un cordón montañoso de sierras. Eso te encajona los vientos, hace que te cambie la atmósfera, por eso son muy potentes los incendios acá y difíciles y no se toma conciencia de lo extenso que son, los complicados que son. Estos estuvieron muy duros, muy arriesgados, me dolió muchísimo ver animales quemados, mucha gente perdiendo la casa… muy triste”.
Además, remarcaba: “Espero que esto de hacerlo tan visible, genere conciencia en la gente, en los civiles, porque lamentablemente perdimos dos vidas de civiles. Queremos que tomen conciencia que nos pueden ayudar pero hasta donde nosotros les digamos, fue una tristeza enorme para el sistema bomberil porque nosotros también sentimos que fallamos, porque lo primordial nuestro es proteger vidas. La función de un Bombero es salvaguardar vidas y bienes… pero vidas sobre todo. Así que es tristísimo que pase algo así”, decía ante el fallecimiento de dos personas ajenas al Cuerpo de Bomberos, en el intento de sumarse a afrontar las llamas.
Córdoba con una herida naranja, preludio de la cicatriz gris. Una pandemia que azota y una seguidilla de incendios forestales que suman dolor.
Postales para no dejar de ver. Porque viendo -y sintiendo- se puede levantar la mano y decir y pedir y reclamar. Y aplaudir a la gente como los Bomberos que siempre se ponen al hombro la vida de otros -de la especie que sean- y abren el mejor camino cuando todo se rompe y hasta el alma cruje.
Fotos: Mary Achaval y Tamara Toselli