Se habrá arrastrado, sí. Habrá tenido su cuerpo más al ras de la tierra posible, ahí, zigzagueando por entre el polvillo seco del enero de sequía. Habrá levantado la mirada para entender lo que nunca habrá entendido. Una y otra vez, la cabeza al suelo, a golpes de dolor, a encuentro de nada.
Una y otra vez un quejido audible cortando el aire amarillo del calor de estos días para ser señal esperanzadora en su instinto de supervivencia. Hasta que un zigzagueo, un quejido, una vez más la cabeza arriba y ahí, alguien: gente. Esta vez, otra gente. No como la otra gente que con algo peor que la indiferencia sola, sino con la indiferencia al dolor provocado por esa misma gente, la ataban a la barbarie humana. La sujetaban al no escape del infierno. La sumían a la maldita suerte del encuentro con ellos. Malditos. Ellos. Porque ella, atada con alambre, habrá seguido mirándolos, incomprensiblemente.
Hasta que entonces, las manos mejores de corazones mejores la pusieron ni más ni menos que a salvo. Y hoy, “Dulce” vive y espera una adopción responsable y amorosa. Porque esa perra apareció atropellada y con sus patas atadas con alambre, así, tan doloroso e increíble como se lee: atadas sus patas con alambre.
Desatar la historia de antes
Y aferrarse a la nueva historia, la que ya tiene días mucho mucho mejores para ella. Un maldito ejemplo de maltrato animal que nos cuenta la gente que encontró y ayudó a quien bautizaron como “Dulce”: “El día domingo 9 de enero, en Valle Verde, en hora cercana al mediodía, los perros de una vivienda alertan a su dueño que algo pasaba. Era el llanto de esta perrita junto al portón. El mismo, rápidamente anuncia por mensaje a los vecinos de un animal atropellado. Mientras algunos comienzan a buscar en sus cámaras quien había sido el inhumano que hirió a la persona no humana”, nos relataban desde un texto que seguramente les habrá costado escribir, describiendo el horror.
“Un matrimonio acude a los primeros auxilios, donde el horror de todos empeoró al verla atada de sus patas traseras con alambre. La cachorra estaba exhausta, entregada. Dentro del miedo que padecía se dejó ayudar sin problema alguno. Se le brindó agua, alimento y curaciones. Tenía cortes de importancia y deshidratación”, agregaban.
Una escena no construida desde un accidente, sino desde el accionar premeditado de quien o quienes usaron tiempo de su vida para maltratar la vida de ese animal. Aberrante y repudiable hecho.
Dulce es así, aún con lo sucedido
La describen con ese nombre que precisamente le quedó como propio: “Dulce”. Y nos cuentan cómo está al día de hoy y qué se necesita para ella y para las tantas historias de maltrato animal que siguen sucediendo.
“Hoy se encuentra en un pensionado. Pensionado al que le estamos eternamente agradecidos porque brinda gratuitamente su maravilloso servicio, solo aportamos para su alimento, traslados a la veterinaria y medicamentos. Sofía, dueña del mismo nos manda fotos y videos a diario. Dulce, como la llamamos, se recupera rápidamente”, nos contaban de la ya fecha de castración y la colaboración de una ONG de Capital Federal que, haciéndose eco de la historia, se sumó para comenzar con la búsqueda de una familia “que la ame como se merece”, tal como señalaban y con toda razón.
“Queremos aprovechar la ocasión para pedir a la comunidad de Luján que no abandone sus mascotas. Que un granito de arena como colocar agua en la puerta de sus viviendas, salva vidas. Que respeten a estos fieles compañeros. Pedimos No al Maltrato, No al Maltrato Animal”. Y al pedido de toma de conciencia, se sumaban los detalles para ser parte de la ayuda en esta historia: “Quien quiera/pueda colaborar económicamente, puede hacerlo por Mercado de pago: 0000003100015342853373, cuenta de Sofía Benítez. Comunicarse con Romina Chacón, de Protectora de Animales ‘Lujaneritos’, al (2323) 554684″, decían desde el grupo de vecinos de Valle Verde como cierre de este testimonio de lo que fue un encuentro con la parte incomprensible de la humanidad: el maltrato.
Hoy, “Dulce” levanta su cabeza y ya no se cae dolorosamente al suelo. Se mueve sin el terrible hostigamiento de los alambres. Levanta la mirada y seguramente hay un suspiro en su esencia de perro y entiende. Entiende que hay otra gente. Y ahora lo único que le zigzaguea, es su cola como remolino de alegría.