La vida arranca todos los días. Tiene ritmo de chamamé y se hace a cada rasguido de cuerdas de guitarra. La vida tiene tiempo, perceptible, utilizable. La vida tiene una colección de almanaques que se van tachando quizás con un ítem que simboliza ese andar: “día aprovechado, día aprovechado…” y así con cada cuadradito de ese almanaque impreso en el sentir de quien ve la vida como el gran espacio para hacer.
Al menos así es para Eduardo. Que habiendo cumplido 81 años, estrena título de Mecánico Dental y claro, va por más. “Yo tengo que hacer algo, para los que quedan, que se yo. Porque hay tiempo, porque a mí se me ocurre que si uno no hace nada está perdiendo tiempo”, remarca.
Y por eso lo contactamos. Porque Eduardo Figueroa es noticia. Porque es motivo de orgullo. Porque es un tramo de su historia personal que queremos compartir por el hecho de dejar bien en claro que hay tanto, tanto para hacer en la vida. Entonces, en esta charla comenzaba haciendo un recorrido de recuerdos con punto de inicio en Gancedo, Chaco, donde comenzó su vida hace 81 años.
“Mi mamá nació en Añatuya, Santiago del Estero, y yo en Gancedo, un pueblito de Chaco, a un kilómetro de Santiago del Estero. Un hermano mío estudió mecánica, era muy buen mecánico pero cuando vio que la fotografía era más fácil, le gustaba y estaba en auge en aquellos tiempos, hace 70 años. Hizo plata, se dedicó a la música y nosotros lo seguimos, así que anduvimos cantando por todos lados”, recordaba Eduardo.
Y reía ante el recuerdo de un comentario: “Mi hermano decía ‘no canten con hambre. Pongan todas las ganas que tengan para cantar’. Y yo sigo esa línea, haciendo todo lo que puedo”.
Además, junto a otro de sus hermanos -que le hacía la primera guitarra en cada interpretación-, más otros músicos, recorrió escenarios y hasta se dio el gusto de contar con grabaciones, por ejemplo, con “El Negro Domínguez y su trío Tres Provincias”, chamamés que se pueden escuchar desde la plataforma YouTube. Y también recordaba en la charla sus escenarios recorridos con el tanguero Tejo.
“Siempre toqué la guitarra. Tengo un bandoneón que era de mi hermano, lo toco también”, mencionaba con una algarabía en la voz digna de ser escuchada.
Con sus 29 años y su llegada a Buenos Aires, Eduardo se reconoció a diario como una auténtica persona capaz de sumar aprendizajes, desde el viajar en subte, en trenes, moverse en la ciudad, algo novedoso para su entonces: “Aprendí enseguida un montón de cosas, cuando vine acá no sabía nada, ¡si vivíamos en el campo solo con el farol a kerosene¡”, exclamaba.
Así, con el dato de contar con un pariente en Luján, llegó a nuestra ciudad. “Cuando vine a Luján dejé la guitarra porque no tenía con quién tocar. Entonces, hice una rifa para la Navidad de 1968 con la guitarra como premio, vendí poquitos números -unos 10, 15- así que la perdí. Después pude comprar otra y luego otra más. Y un día fui a llevarla a arreglar con Banchero, que me dijo que esa guitarra no era para mí, entonces él me hizo una que la tengo medio descolada, pero como recuerdo. Después entré a trabajar en ItalVeneta porque tenía un primo que trabajaba ahí, así que me había presentado, me vio uno de los patrones -Pedro Biondo- y me dijo ‘venga el martes’. Y así empecé. Al tiempo ya traje a mi esposa con mi hija en la panza. Y después de vivir en otra casa, ya compré en el barrio Villa del Parque y acá sigo”.
En esa línea, agregaba sobre el recuerdo de aquellos tiempos: “Trabajaba en la fábrica pero quería ser fotógrafo. Mi hermano vivía en el Chaco y como él ya era fotógrafo le pedí información, así que primero hice un curso por correo, que no funcionó porque era mejor estar en el laboratorio, claro. Después me fui a estudiar con un profesor en Liniers, ubicado en la calle Montiel 55. Cuando ya aprendí a hacer copias y murales, me fui a la Asociación de Fotógrafos para tener una matrícula. Esto fue en el año 74. Seguí trabajando en la fábrica y con la fotografía”.
Y allí sumaba detalles de ese no querer quedarse quieto: “Sentía que tenía más tiempo para hacer cosas, así que en el 76 estudié peluquería de hombres en General Rodríguez y me recibí el 18 de diciembre de ese año. Pasaron los años y como ya sabía peluquería y me parecía poco, me fui al Centro de Formación Profesional 402 San Cayetano, donde cursé Peluquero de Damas, en el año 2004. En ese tiempo hice también un curso de mecánico de ciclomotores, porque la moto de mi hija se rompía a cada rato. En el medio de todo esto, he trabajado de lo que surgía, me llamaban para albañil y ahí iba. También aprendí a hacer instalaciones eléctricas”.
Más espacio par el saber, más ganas de concreciones
Vecino conocido en el barrio, de andar solidario y claro, permanentemente activo, la llegada del Covid lo acorraló: “La Pandemia a mí y por supuesto a mucha gente, nos tiró. Yo tuve Covid en mayo de 2021, estuve una semana contra el fuego, después en septiembre de 2022 me agarró una bronquitis increíble, estuve 15 días que casi me muero tosiendo”.
Pero se levantó. Y apostó a algo más. Reincorporó sus sueños de persona con ocho décadas vividas y abrió camino a un nuevo proyecto que pudo concretar: “Esto de ser Mecánico Dental surge porque me lo comenta mi hija Viviana, así que fuimos los dos a aprender, todos los martes, a Pilar, al instituto donde se enseñan diversos oficios”, decía ya con la chaquetilla colgada en su casa.
“La expectativa es buena, ahora ya siendo mecánico dental voy a ir dos meses más para hacer un perfeccionamiento, para hacer prótesis más blandas que quizás duran menos pero no son rígidas como otras, son semiflexibles, van hechas con otra mufla donde se cocinan, llevan horno, entre otras cosas más. Así que cuando estemos más afinaditos ya pongo el cartel ‘Edu Dental y Peluquero’ o albañil también, es la alegría mía de aprender algo siempre y conocer gente”, manifestaba con la alegría de lo nuevo y la tranquilidad del recorrido, ante todo, siempre aprovechado.
“La profesora es muy buena, hace de todo y yo la aplaudo, que tenga mucha suerte, que ‘Dios la ayude y a mi no me desampare’ como dice el paisano. Bueno, realmente fue un lindo curso”, detallaba acerca del espacio donde realizó este nuevo estudio y aseguraba: “Tengo cumplidos los 81 años. No soy un viejo, soy viejito nada más y pasa que todas las cosas están como pendientes para mí. Si tenés lugar, lo tenés que hacer, eso es lo que pienso yo, que tengo que hacer tal y tal cosa. Cada cosa que hago me hace sentir bien”.
En medio de la tumultuosa vidriera cotidiana donde los hechos violentos, dolorosos, incomprensibles nos acorralan, hay un hueco por donde se cuela ese halo de luz que pone claridad al asunto de estar vivos, para ver y vernos en la magnífica esencia de la gente que hace lo mejor que puede para el mejor mundo posible, desde la mejor aproximación del vivir a pleno.
Eduardo, a sus 81 años, aprendió algo más. Ahora es Mecánico Dental y nos pone a pensar: ¿Qué estamos haciendo cada uno de nosotros con el almanaque?