En su discurso triunfal del pasado domingo 19 de noviembre el presidente electo de la Argentina, Javier Milei dijo al país:
“Hoy volvemos a abrazar las ideas de Alberdi. De nuestros padres fundadores que hicieron que en 35 años pasáramos de ser un país de bárbaros a ser potencia”.
Esta idea fuerza, que caracteriza y presenta a la Argentina de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX como potencia mundial, es en realidad una suerte de ficción histórica o historiográfica. ¿Por qué decimos que se trata de una ficción?
Desde hace algunas décadas contamos con una enorme y diversa cantidad de producciones académicas -tesis, artículos publicados en revistas científicas, ponencias, reseñas, programas universitarios de grado y posgrado, etc.- que muestran distintas evidencias sobre las limitaciones económicas de Argentina en el marco del llamado proceso de “consolidación del Estado-nación argentino”, las profundas desigualdades sociales y políticas existentes, los altos índices de pobreza y analfabetismo, las grandes asimetrías entre Buenos Aires y el interior, la creciente conflictividad social, el despojo y el genocidio perpetrado a los pueblos originarios, entre otras. Un Estado central que era controlado y dirigido exclusivamente por un minúsculo sector social blanco y propietario -la oligarquía-, que dio lugar al denominado, por la historiografía moderna, “régimen liberal-oligárquico” entre los años 1880 y 1916.
En síntesis, podemos decir que Argentina fue en ese tiempo histórico, al igual que otros jóvenes Estados nacionales latinoamericanos, un país agroexportador de tipo “semicolonial” o “periférico” dentro del sistema capitalista mundial y dependiente del imperialismo británico. En la llamada “división internacional del trabajo” se encontraba entre aquellos países productores y exportadores de bienes primarios.
Sin embargo, hoy Milei proyecta una imagen radicalmente distinta sobre ese período de la historia argentina: una nación moderna y burguesa que se suponía portadora de los valores civilizatorios, europeos y occidentales más elevados o avanzados del mundo contemporáneo, un país muy superior a sus vecinos. Ideas y discursos de este tipo remiten a un viejo problema, denominado por el historiador Eric Hobsbawm como los “intentos de sustituir la historia por el mito”.
¿Hacia la re-significación del panteón de héroes de la patria?
Si bien no es una de las preocupaciones sociales y políticas de estos días, como docente e investigador especializado en historia, me parece oportuno señalar que el nuevo gobierno nacional que tendrá a Javier Milei como su presidente, buscará re-significar el viejo “panteón de héroes” o próceres nacionales.
Para ello, el nuevo gobierno junto a su grupo de “intelectuales orgánicos” deberán lanzarse a la tarea de ‘reescribir’ la historia política argentina en clave liberal y anti-populista. En este sentido, Juan B. Alberdi, las presidencias del régimen liberal-oligárquico (1880-1916), los distintos gobiernos autoritarios/dictatoriales cívico-militares del siglo XX (1930-1946 y 1955-1983) y también el propio menemismo (1989-1999), entre otros, podrían ocupar, posiblemente, el centro de la construcción de estos (nuevos) relatos predominantes sobre el pasado.
En este nuevo cuadro político, en los próximos años presumiblemente se abrirá para profesores de historia, historiadores e investigadores sociales una etapa signada por duras e importantes batallas por el estudio e interpretación del pasado, su enseñanza escolar y sus re-significaciones desde los intereses materiales y simbólicos del tiempo presente. De acuerdo con las palabras del antiguo maestro historiador Lucien Febvre, comienza en nuestro país una época de nuevos “combates por la historia”. Nos preparamos para hacerlo apasionadamente y con el necesario rigor profesional para que el mito no sustituya a la Historia.
* Por Patricio Grande, Profesor Adjunto de la Universidad Nacional de Luján (UNLu) e historiador
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