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“La falsa historia es el origen de la falsa política”
Juan Bautista Alberdi

Este 10 de diciembre de 2023, Javier Gerardo Milei asumió como presidente electo e inició su mandato como titular del PEN brindando un discurso en las escalinatas del Congreso Nacional, buscando recrear una escenografía habitual en Estados Unidos y dejando a sus espaldas el ámbito de deliberación legislativa de los representantes de la soberanía popular. En dicho discurso volvió a referirse a la Argentina como la Nación que alcanzó a finales del siglo XIX la condición de ser “la primera potencia mundial” (sic). No es la primera vez que dicha mención aparece en sus discursos.

Luego de su claro triunfo en el balotaje del 19 de noviembre, con un 55,69% de los votos frente al 44,30% de su contrincante (Sergio Tomas Massa), esa misma noche, en su carácter de haber sido ya el candidato presidencial que se impuso en las urnas, leyó un discurso retomando un conjunto de tópicos sobre los que se había referido en distintos momentos de la campaña; pero aquí, en esta oportunidad, nos queremos detener apenas en un punto en particular referido a la historia argentina decimonónica.

A los agradecimientos, entre los cuales incluyó a Macri (Mauricio) y Bullrich (Patricia) por el apoyo que le brindaron en la segunda vuelta electoral, gesto al que no dudó en calificar como: “un acto de grandeza como no se vio nunca en la Argentina”; siguió el señalamiento que a partir de ahora se inicia un modelo distinto al “del Estado omnipresente que solo beneficia a algunos, mientras la mayoría sufre”, o mejor dicho se reinstala aquel modelo que en el siglo XIX hizo que: “en 35 años de ser un país de bárbaros, pasáramos a ser la primera potencia mundial”.

Resulta curioso, que un pasaje donde el flamante presidente electo asevera que en el pasado nuestro país fue “primera potencia mundial” (sic) no despierte curiosidad, ni suscite interrogación en gran parte del periodismo o de los analistas políticos a los que habitualmente consultan. Concretamente Milei afirma: “Hoy retomamos el camino que hizo grande este país, hoy volvemos a abrazar las ideas de la libertad, las ideas de Alberdi. En definitiva, la idea de nuestros padres fundadores que hicieron que en 35 años de ser un país de bárbaros, pasáramos a ser la primera potencia mundial.”

La expresión “padres fundadores” busca recrear un lugar común de la historiografía norteamericana, aquella que refiere a los personajes históricos que participaron tanto de la redacción del Acta de Independencia (1776) como de la sanción de la Constitución (1787) como: George Washington, Alexander Hamilton o Thomas Jefferson; pero ¿cuáles fueron esos 35 años? ¿el punto de llegada es el proclamado? Una respuesta posible estaría dada por el arco temporal que va desde el pronunciamiento de Urquiza (1 de mayo de 1851), la caída de Rosas (3 de febrero de 1852) y la aparición de las Bases de Alberdi (1 de mayo del mismo año), hasta el fin del primer mandato del presidente Julio Argentino Roca (1880-86). El denominado período de organización nacional y su consolidación con la primera presidencia de Roca, encuentra en la obra de Alberdi: Bases y punto de partida para la organización política de la República Argentina, una de las piedras angulares tanto de la Constitución Nacional sancionada en 1853, como del ideario político de la generación del 80. No casualmente Roca, tras su “campaña del desierto” e inmediatamente después de ser elegido presidente, solicita al Congreso de la Nación fondos para la edición oficial de las Obras Completas de su coterráneo.

El historiador Patricio Grande de la Universidad Nacional de Luján piensa en otro recorte temporal, igualmente plausible (“El triunfo de Milei y la Historia, ¿un intento de reescritura del pasado nacional?“, publicado en LUJANHOY). Considera la coyuntura que se extiende desde finales del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX, es decir, durante el ciclo de gobiernos oligárquicos que suceden a partir de 1880 hasta 1916, fecha en la que se impone la UCR al aplicarse por primera vez para una elección presidencial la Ley Saenz Peña. Patricio Grande señala que en dicho período la Argentina se incorpora plenamente a la división internacional del trabajo y adquiere el carácter de un país “semicolonial” o “periférico”, exportador de productos primarios y dependiente del entonces pujante imperialismo británico. Y agrega: “hoy Milei proyecta una imagen radicalmente distinta sobre ese período de la historia argentina”, promoviendo lo que acertadamente califica como una “ficción histórica o historiográfica”.

Se remita al período de Caseros a los años previos a la crisis de 1890, o del 80 al triunfo del yrigoyenismo, los “35 años” se presentan de manera evidente como la construcción mítica de un pasado imaginario; dado que, no existe evidencia empírica, ni juicio historiográfico alguno que coloque a la República Argentina como “primera potencia mundial” en el siglo XIX, o en cualquier otro momento de la historia. Sin embargo, para que no quede duda, Milei sobre el final de su discurso interpela: “a todos aquellos que están viéndonos desde afuera de la Argentina” e insiste con la desmesura reafirmando: “queremos decirles que vamos a volver a ser uno del mundo”.

Para inicios del XX, la primera potencia mundial continúa siendo Gran Bretaña, la isla con una superficie de apenas 300.000 Km2 y 46,5 millones de habitantes administra un vasto imperio colonial que abarcaba todos los continentes. El Imperio británico ejercía su soberanía directa sobre una extensión territorial de 33,8 millones de Km2 y 440,0 millones de habitantes, pero su radio de influencia resulta aún más amplio si se “contabiliza” a su vez las “semicolonias”.

Para 1914, la Argentina cuenta con una superficie continental de 2,8 millones de Km2 y una población de 7,8 millones de habitantes. Desde las últimas décadas del siglo XIX el crecimiento de las exportaciones registra guarismos extraordinarios, sin embargo la política de exterminio indígena, apropiación de sus tierras y fomento de la inmigración no son suficientes para convertir al país en la primera potencia mundial. El ingreso per cápita en libras esterlinas de Argentina (130) se encuentra por debajo no sólo de potencias como Gran Bretaña (247), Francia (224) o Estados Unidos (210), sino también de colonias como Australia o Canadá. Durante todo el período en las islas Malvinas se continuó hablando inglés porque la usurpación británica, consumada en 1833, se conservó intacta; y si tomamos un indicador como la deuda externa asumida por el Estado nacional, entre 1891 y 1900 está aumentó de 204 a 389 millones de pesos oro, siendo la Baring Brothers la principal banca acreedora y la libra esterlina el signo monetario adoptado para los nuevos bonos emitidos; y no viceversa… Lejos de ostentar el status de metrópolis, Argentina reproducía su condición de semicolonia o país periférico.

Transcurrida varias décadas del siglo XXI, el proyecto que busca implantar la nueva coalición de extrema derecha en el gobierno apela, entre otras herramientas para su legitimación, al retorno de una imaginaria edad dorada, situada en algún momento de la segunda mitad del siglo XIX. La operación litúrgica de repetir y repetir que nuestro país fue a fines del siglo XIX “la primera potencia mundial” (sic) no sólo tiene el inconveniente de ser un dislate de imposible transformación en verdad histórica, sino que como advirtió Juan Bautista Alberdi: “La falsa historia es el origen de la falsa política”.

 

* Por Gustavo Guevara, Dr. en Historia y Director de la Maestría en Estudios Latinoamericanos y del Caribe y del Centro de Estudios sobre América Latina Contemporánea (Universidad Nacional de Rosario)

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