Al 2.188 de la calle Corrientes, en el barrio Villa del Parque, todo o mucho puede suceder. Eso que se espera o lo que sorprende. Eso que parece inalcanzable o lo que se quiebra en lo cotidiano puede palparse en las manos y reconstruirse con los buenos gestos.
Puede suceder porque a la esperanza la abraza y sostiene la acción, esa costumbre tan bienvenida siempre de creer en el hacer y hacer creyendo que algo, poco, mucho y todo, sirve para que la solidaridad sea base y ventana para ver lo que se quiere y siente.
En el merendero “Piecitos pequeños” del barrio Villa del Parque, suceden cosas buenas, ante las malas. Y si hay mucho bueno, se trabaja para sostener y hacer
crecer, esos momentos buenos.
Entonces a lo cotidiano, se le suman eventos especiales, como el del pasado 17 de agosto, cuando Alejandra Eugui -referente del merendero-, su familia, amigos, vecinos y colaboradores, le dieron forma a la celebración especial: la niñez.
“Comenzamos el festejo a las 13.30 con un almuerzo de pizzas y panchos. Los panchos fueron donados por la Rueda de Familia del Rotary Club Luján, la muzzarella la donó el Sr. Facundo y las pizzas las elaboraron los suegros de mi hija. Ellos hacen pizzas para vender, entonces nosotros les dimos todos los ingredientes que nos habían ido donando, hicimos como una especie de trueque, les dimos algunos ingredientes de más para que les quedaran. Adornamos todo con cuatro de las señoritas que vienen todos los sábados a hacer actividades con los ‘peques’ -entre ellas mi hija-, que están haciendo su primer año de maestras jardineras. Luego del almuerzo hubo mesa dulce, también snacks que fueron donados por Nadia, una vecina”, nos contaba Alejandra con la voz que muestra el paisaje de alma inquieta que tiene, desde donde surgió otra hermosa idea para el día especial: organizar el salón del merendero simulando una juguetería para que los pequeños agasajados ingresaran a elegir el juguete que quisieran.
Y allí estaban, los juguetes donados prolijamente envueltos, acomodados a la espera de los ojos brillantes que se pondrían sobre ellos y las manos pequeñas que se llevaran el elegido para las aventuras de la infancia.
“Los ‘peques’ entraban y se podían llevar el juguete elegido, la emoción con la que salían! con sus manitos que no les alcanzaban para agarrar el juguete, las golosinas, los snack, estuvo todo hermoso, fue un día genial, un día feliz, nadie quedó con las manitos vacías” decía Alejandra que remarcaba el agradecimiento por todo lo recibido y la necesidad de una ayuda continua.
“Mientras estábamos en el festejo siguieron llegando donaciones de juguetes, galletitas, es como que para esas fechas puntuales la gente se acuerda y dona y ojalá que fuera así todo el año, porque yo siempre recalco que los nenes meriendan todo el año, no solo para el Día del Niño o Navidad”, remarcaba.
A la tristeza, amor
La calma luego del hacer tanto y cuando ese tanto es por los demás, es una calma que se disfruta hasta un cierto momento: luego hay que seguir haciendo porque las necesidades continúan. Acción, compromiso, nervios, alegrías, corridas, búsquedas, pedidos… todo genera un clima de incesante movimiento que a veces puede traducirse en un gesto que el propio cuerpo envía.
Esa tarde, Alejandra recibió la noticia de una situación delicada de salud de alguien de su familia, luego el aviso del fallecimiento de ese querido tío y entonces, la adrenalina y el dolor y la tristeza, también se conjugaron para que ella misma culminara la jornada necesitando atención médica, pudiendo revertir su estado de salud.
“Agradezco a mucha gente que estuvo atenta, recibí mucho cariño a través de WhatsApp, en Messenger” decía y remarcaba la incondicionalidad de su amiga Anita, que estuvo para todo lo que necesitaba en esos momentos difíciles.
“Sigo adelante porque sé que esto es un proceso, porque es la ley de la vida aunque nos duela horrores, porque tengo mi familia: mi marido, mis hijos que me apoyan, están y estuvieron este tiempo cuidándome”.
A pleno andar, como siempre, Alejandra retomó las actividades en el Merendero aunque asegura que lógicamente, el panorama desde lo económico, es desalentador: “A mí me está costando como a todo el mundo, que no me alcance para pagar la luz, para pagar Internet, el cable, hay que estar luchándola y fue seguramente un poco por stress lo que me ha pasado. Todos me dicen que baje un cambio, pero yo digo ‘cómo se hace?’, porque yo soy así, no paro, siempre digo que el merendero me lleva gran parte de mi vida pero lo hago con amor, lo hago con gusto”, afirmaba.
Y sostenía como premisa de vocación solidaria: “Seguimos adelante porque siempre faltan cosas. A lo largo del año seguimos asistiendo a los peques, martes y sábados y hoy por hoy tenemos 99 peques que vienen al Merendero. Necesitamos que la gente nos ayude, si quieren hasta donando 100 pesos porque todo ayuda y suma, aunque sea para pagar los remises cuando hay que ir a buscar las donaciones para comprar las bolsitas que usamos para entregar como corresponde las viandas, en forma prolija, así que paso el Alias para que quien pueda sepa cómo ayudarnos: Soja. Minero. Salero”.
Los días se viven intensos en “Piecitos pequeños”. Hay gran Feria una vez al mes, roperito comunitario, un grupo de adolescentes de la escuela Waldorf cada martes colaborando con actividades, las meriendas y todo lo que se pueda hacer para que esas pisadas que quedan marcadas fuertemente en la memoria, sean huellas de mejores días, con las mil formas de la esperanza y la manera elegida de salir adelante: juntos.