Como si el mapa de sueños estuviera intacto, al inicio, desplegado ante las ansias, con todo para hacer y tanto por apostar. Como si hubiera todo el tiempo en los tiempos de cada quien que forma parte de esta historia hecha por la pura e inmensa necesidad del gran sentido de la vida, hecha porque hay camino y si no se ve, se abren bien las miradas para hacerlo de la mejor manera posible, con toda la gente que mira lo mismo, así, a plena inclusión, a toda invitación y tarea mancomunada.
Así es la historia del Centro “Esperanza Compartida”, que es un espacio de verdadera inclusión nacido en la localidad de Torres, desde hace ya 26 años.
“Comenzó por iniciativa de un grupo de gente que vio la necesidad de formar un centro o grupo de contención para las personas con discapacidad de la localidad y los alrededores, ellos fueron quienes supieron sostener la mirada, escuchar la demanda y responder al deseo, intercambiando amor por amor”, decía Graciela Uribe, haciendo camino de palabras con la emotividad de recordar las vivencias primeras en este andar que sigue siendo cotidiano.
“Luego de intercambiar ideas en varias reuniones, el día 21 de octubre de 1996, se realiza la primera reunión de integración de niños y jóvenes con discapacidad junto a sus familias y vecinos, tomando ese día como fecha fundacional de la institución. Luego de realizar la modificación del objeto social, se implementa el Taller Protegido de Producción, permitiendo a los integrantes del Centro encontrar un espacio para ingresar al mercado laboral”, señalaba la integrante de la comisión directiva.
Hacía todo
Con la mirada puesta en tantas posibilidades ciertas para hacer desde lo que cada uno es, las metas, hechas sueños y proyectos, persistían y persistieron abriéndose a fuerza de voluntad y trabajo, los paisajes buscados.
“Los mayores obstáculos siempre han pasado por lo económico, nos ha costado muchísimo llegar a tener la sede propia, para lograrlo han trabajado muchas personas que formaron parte de la Comisión Directiva y se sigue trabajando para recaudar fondos, conseguir donaciones, obtener subsidios, aportar mano de obra, todo se ha llevado adelante con mucho sacrificio”, decía Graciela para destacar como bandera a todo cielo de orgullo, los hermosos momentos.
“La mayor alegría compartida con los operarios y comunidad en general fue el día de la inauguración de la sede propia, un día inolvidable, donde el gran sueño se estaba cumpliendo, el cual se veía reflejado principalmente en la mirada de quienes son los destinatarios de este proyecto que ya cumplió 26 años. Y así seguimos hasta inaugurar la segunda etapa: el SUM (Salón de Usos Múltiples) Y así siempre, compartiendo alegrías en cada paso, en cada sueño y proyecto cumplido”.
Para quienes lo son todo
Son protagonistas desde y hasta todo. Para cada participante del Centro están en funcionamiento todas y cada una de las emociones que se multiplican y comparten. Por eso, cotidianamente, celebran.
“Los que estamos en el día a día con los trabajadores vemos cómo se superan, el esfuerzo que ponen, lo responsables que son, siempre nos dan alegrías. La emoción que demuestran cuando aprenden a estirar la masa de pizza o lo felices que vuelven cuando vendieron a los vecinos lo que ellos producen, son ejemplos. Nos enorgullecen”, manifestaba Graciela, describiendo el tesón puesto por los 13 operarios que en los turnos de mañana y de tarde realizan sus tareas en la huerta orgánica y plantas ornamentales; panadería y pastelería; armado de escobillones; fraccionamiento de productos de limpieza; elaboración de productos de decoración; venta en la sede de Esperanza Compartida y en la comunidad de escobillones, artículos y productos de limpieza, plantas y, además, actividades extra deportivas y recreativas que comparten con otras instituciones.
“También tenemos actividades como organización de festejos de cumpleaños o fechas significativas del taller; capacitaciones, por ejemplo, de Higiene y Manipulación de Alimentos dada por la Municipalidad de Luján y de Seguridad y Prevención de Riesgos en el Trabajo dada por la Superintendencia de Riesgos del Trabajo de la Nación”, detallaba.
Y en esa línea, agregaba: “El Taller Protegido de Producción es un espacio laboral al que asisten personas adultas con discapacidad, que por diversos motivos no han podido acceder y sostener un trabajo en el mercado laboral competitivo. Asisten para capacitarse y desempeñarse en puestos de trabajo acordes a sus características y habilidades. Los trabajadores con discapacidad son entrenados en hábitos laborales y competencias laborales como cualquier otro trabajador, para que desarrollen responsabilidad, compromiso, autovalimiento, competencias, autodeterminación, etc. Se realiza adaptación de los puestos de trabajo y de la forma de capacitar y entrenar a las personas. Como el trabajo puede ser fuente de salud o enfermedad, ya que puede afectar el estado físico, mental y social de las personas, priorizamos la salud de nuestros trabajadores, promoviendo la participación social, la actividad recreativa y deportiva, la elección de actividades según los intereses y habilidades de cada uno, la auto-realización, etc”, decía Graciela.
Y remarcaba la seriedad y legalidad de la tarea, que es siempre bien vista, recibida y celebrada por la comunidad: “Los vecinos de Torres son nuestros clientes fieles, cada vez son más los que se acercan a la sede por nuestros productos. Son quienes también colaboran con las cuotas de socios, y con cualquier evento que se organice para recaudar fondos. Estamos muy agradecidos a la comunidad. El año pasado, estudiantes de 2° Año de la Secundaria nos hicieron un reportaje y expusieron el trabajo, por ser Esperanza Compartida una de las instituciones del pueblo”.
Y desde ese gesto de empatía, desde el abrazo sentido y el guiño de sentirse a la par, destacaba de qué manera la comunidad puede colaborar con el Centro.
“Hay varias maneras de colaboración. Por ejemplo, estamos recolectando tapitas plásticas para reciclar, pueden asociarse con una cuota mensual, comprar nuestros productos, ofrecer tiempo como voluntario/a y otras maneras posibles, porque hay mucho por hacer”.
Y en ese párrafo de lo que aspiran, lo que quieren, aquello que ya visualizan como gran anhelo, aparece el proyecto más grande: “En este momento es habilitar la cocina como pequeña unidad productiva PUPA. Tener una cocina habilitada nos permitirá colocar los panificados en comercios de Luján, manejarnos con pedidos semanales, establecer las tareas de cocina, colocar a los trabajadores en puestos que respondan a sus perfiles, crear y sostener en el tiempo los puestos de trabajo. En el día a día se consulta a los trabajadores qué les interesa, cómo se ven en el trabajo, si les gusta o les sirve lo que aprenden en los talleres. Varios tienen el sueño de conseguir un trabajo en relación de dependencia, otros quieren fotos para mostrar a familiares y amigos en qué trabajan. Hace dos semanas un operario nos comentó que se enteró de 2 panaderías que buscaban personal, él quiere una inclusión laboral, pero sabe que todavía le falta entrenamiento. Ese también es nuestro sueño”, enfatizaba.
Ese y tantos sueños más, esos que han venido teniendo entre las manos cada vez que los operarios de este Centro Esperanza Compartida moldean, construyen, cocinan, siembran y crecen. Cada vez que junto al personal, las familias y la comunidad despliegan el mapa de esos sueños donde van marcando lo hecho y van señalando, a todo corazón, tanto que quieren y van a hacer en esta historia que tiene en cada capítulo la palabra, sentir y acción clave: inclusión.