Sintieron la sirena. Las sirenas. Como grito de la naturaleza, como aullido de los animales, como llanto desconsolado de la gente. Como si hubiera sonado acá mismo, en nuestra ciudad.
La sintieron, aunque lejana en kilómetros y entonces la velocidad de la urgencia los puso a prepararse con la decisión de la vocación y recorrer el camino -largo, largo- desde donde llegaba el pedido de auxilio de esos árboles, de sus nidos, de las alas ahora de espanto, ese pedido de la tierra ardiendo en sus terrones de vida, de las patas corriendo en la desesperación de las huellas calcinantes, de las aguas cercanas no pudiendo levantarse en vuelo para caer como lagunas mágicas desde el cielo. Y la gente… ay, la gente.
Con el dolor hecho fuego. Ahí fueron, Lautaro Arrieta, Benjamín Ferreyra, Lucas Maffía y Emilio Macrini, a ser parte de ese abrazo de calidez y a la vez de frescura de agua, fueron con su equipo, su vestimenta de Bomberos y el corazón como escudo para el intento de proteger todo lo posible durante esos 10 días que estos representantes del Cuartel Central de Bomberos de Luján estuvieron a la par de los cientos y cientos más que trabajaron en la dolorosa situación de los incendios en este caso, en El Bolsón.
A la vuelta
Los esperaban los brazos que tuvieron kilómetros de extensión cuando estaban allá. Porque ese abrazo de su gente los acompañó a la distancia. Y se hizo pieles apretujadas cuando regresaron a su Luján.
¿Y cómo explicar la vocación? No se explica, se siente. “Decidí ir por experiencia y por querer ayudar”, decía Lautaro -Bombero de Luján- a su regreso, cuando lo vivido y lo visto se le está haciendo parte de las postales donde ha puesto su vocación de servicio.
“Ver tan hermoso lugar prendido fuego, la pérdida de tanta vegetación…”, señalaba como esos retazos de imágenes que se trajo, conjuntamente con la certeza de haber ofrecido su esfuerzo y capacidad: “Se logró con el equipo poder controlar y apagar distintos focos de incendio que se fueron dando durante los 10 días. Y siempre dejando a Bomberos de Luján en lo más alto”.
Pero de este lado, juntos y unidos por el infinito amor familiar, una mamá -Karina- que sostuvo el aliento con los temores y la ansiedad lógica, pero el orgullo también de la tarea elegida por su hijo.
“Cuando me dijo que se iba fue todo muy rápido, es como que no me daba cuenta hasta que lo vi salir en el móvil 31, ahí empecé a llorar”, manifestaba la mamá de Lautaro.
“Sentí y siento orgullo por mi hijo y por sus compañeros, pero también sentimientos encontrados de angustia, el miedo de pensar que están entre el fuego, algo que también lo siento en cada salida acá pero a la vez está la paz de saber que va ayudar a alguien, eso llena mi alma”, remarcaba a toda conciencia de los momentos extremos que viven los bomberos y la infinita sensación y certeza del hacer el bien.
“La vuelta fue larga, en el abrazo que nos dimos es como que sentí que mi alma estaba de nuevo completa, orgullosa de mi hijo, del camino que eligió, lo admiro por dar todo por el prójimo y sin pedir nada a cambio. Lau lleva Bomberos en el alma”.
Por entre las postales del dolor coloridas de tonos rojos que arden, está esa imagen que también se multiplica: la de los bomberos entrando al fuego, acorralándolo, haciendo más de lo posible. Esa imagen es la que agradecemos y tiene sonido de aplauso, ese aplauso para ellos, los Bomberos.