Nos contaron la historia como si fuera la primera vez que se la contaban a alguien. Con esa inevitable emotividad del diálogo que construye tiempos e imágenes. Así la vocalizaron, con la musicalidad de lo que dijeron. Así la adornaron con el decir del personaje que salía de cada artista como si fuera un otro y el mismo a la vez.
Así la pusieron a andar, a cada escena, como si dándonos la mano con gesto caballeroso nos hacían subir sobre un imaginario transporte para llegar y estar nosotros -el público- en esa calle donde la florista chillaba ofertas de colores, en esa casa de modales exquisitos, en ese ágape que brillaba desde la presencia del embajador y sus invitados de lujo.
Y todo, con el detalle puntual -sintético y descriptivo al mismo tiempo- de apenas un par de objetos: un atril y un libro para una escena; un adorno y las sillas para la otra; una situación de movimiento de calle que generaban con la precisa manera de simular su ajetreo cotidiano; con una araña de luces y brillos que descendiendo a un extremo del escenario logró trastocarlo en un salón con una fiesta elegante. Así, también, la escenografía nos contó todo lo que pudo. Todo lo que tenía que contar.
Así se vivió la obra, con personajes que fueron creciendo en interpretación desde pasada la hora 20:30 hasta pasadas las 22, tiempo entre corchetes que el público atesoró al irse, como si se llevaran un souvenir de buen teatro, ese tan buen teatro de la Comedia Municipal de Luján.
FELICIDADES
Felicidad en cada uno de los artistas. Ese tiempo de ensayos y puesta en escena y el momento del después, cuando se saluda al público, es tiempo de felicidad. Que también se atesora y se ubica en el lugar donde cada uno de ellos prefiera para tenerlo a mano, porque siempre es bueno volver a los momentos felices.
Ese recuerdo ya es de ellos y lo supieron construir, en este caso, con “Pygmalión”, luego será con otro proyecto teatral, pero esta vez los dirigidos por Jorge Storani se hicieron luz y sombra de cada personaje de esta trama que cuenta la historia de la florista Eliza Doolittle que, sin buscarlo, queda inmersa en medio de una apuesta entre dos amigos: el profesor de fonética Henry Higgins y el coronel Pickering, para el intento de “educar” a la joven londinense, lo que finalmente se transforma en logro desde el lenguaje pulido que adquiere sin dejar de hacer latir su alma de persona sensible y sencilla.
Esa “Eliza” la contó a brillo de actuación, Clara Veneroso joven actriz lujanense que generó más brillo junto a Markos Dorado y Cadi Chiva como los tres protagonistas de “la apuesta”, aunque ese brillo tenía que tener y de hecho lo tuvo, el brillo de Alejandro Maiza, Susana Ponce de León, Laura Sanguinetti, Julia Ríos Velar, Ana Constantino, Agustín Masznicz, Fernando Pozzo, Virginia Peserga, Mauricio Parra, Elías Maiza y Bautista Alvarez que hicieron lo que el arte teatral propone: ser ese personaje vivo y real en escena y persistente en el público cuando el telón baja.
Y si de brillo hablamos: la puesta tuvo la participación especial de Roberto Castro y Nora Chacón.
Qué agregar en ese momento cuando tomados del brazo y personificando al embajador y su esposa, también nos pusieron a recorrer el infinito camino de arte que ambos han tenido como protagonistas de la cultura lujanense, que siempre tiene y tendrá una ovación merecida ante semejante trayectoria.
El equipo creativo tuvo a Rina Gabe en la escenografía, a Ana Constantino en vestuario y asistencia de dirección y Claudia Rey en el asesoramiento corporal.
“Una despedida más. Un vestuario que se guarda y junto a él van las anécdotas, las risas, los nervios, el compromiso y compañerismo. Cuesta desprenderse, cuesta decir ‘llegamos al final’, etapas que se cierran con la esperanza de volver quizás con otro nombre, otro vestuario, otra historia a pisar el lugar mágico que es el escenario. Queda el silencio jugando con los aplausos que esperás ansiosamente al final, el gran premio. Queda la emoción y el agradecimiento eterno a cada compañero, al director y especialmente al público que se hace cómplice de tu historia, de tu pasión, del juego teatral que tanto amás. ¡Viva el teatro! Hasta la próxima aventura. ¡Gracias por tanto!”, mencionaba en las redes sociales Susana Ponce de León, palabras que reflejaban el sentir de todos.
“Hay muchas palabras para decir pero hay una que sintetiza muchas palabras y es… gracias”, decía en el saludo final el director de la Comedia Municipal, Jorge Storani, que agradecía a la comunidad lujanense por el apoyo contínuo, a los artistas, a los técnicos del Trinidad Guevara y a su directora, Marisa Santoro. Recibiendo un aplauso especial cuando se recordó que el hall de la sala oficial lleva desde el año pasado el nombre de “Jorge Storani”.
Y mientras todo era luego abrazos de felicitaciones y agradecimiento por el arte teatral, el reconocido actor Roberto Castro nos brindó su palabra (ver video) en la que también sintetiza el sentir que los hace vibrar en escena, esa escena que tiene un lugar especial ganado a fuerza de dedicación y talento, por todos y cada uno de los integrantes de la aplaudida Comedia Municipal de Luján.